Pocas cosas resultan tan sorprendentes para el foráneo, ensimismado en
lo que está presenciando, tan armonioso, tan perfecto, cual si de algo hecho a escuadra y cartabón, que una procesión de la Semana Santa del Sur. Hay en ello algo de extraordinario que trasciende los sentidos, los cuales, dicho sea de paso, desde el aroma de la primavera y el incienso hasta el sonido de las bambalinas, están más que colmados por lo que ante sí se escenifica. Que no es otra cosa que una forma única de entender la vida y la fe.
Así, ha sido durante generaciones y generaciones, en herencias de pasión de padres a hijos de algo que no se puede trazar en un estudio, ni diseñar industrialmente. Esos padres fueron, en el caso que nos ocupa, José Díaz González «Rueda» y María Vicario Barbero «Mariquita».
Miércoles Santo: Paso de Cristo de la Hermandad de la Oración en el Huerto
(Foto de Alfonso Vidán Díaz)
Y el hijo, Francisco Díaz Vicario, «Curro Vicario», personaje indiscutible, reconocido, admirado y referente de la Semana Santa nazarena.
Curro Vicario o, como se le conocía en sus primeras chicotás, Curro Rueda, merced al apodo de su padre —nombre que así está en la base del martillo del paso de Cristo de la Hermandad de la Oración en el Huerto—, es santo y seña del mundo del costal en Dos Hermanas. Nació un 25 de marzo de 1921 en la nazarena calle Rodríguez de la Borbolla, que hoy se conoce por Botica y, como muchos niños de aquella época, tuvo que incorporarse al trabajo muy temprano. Primero en casa de Valentín, establecimiento de la esquina Martínez Anido —actualmente Miguel de Unamuno— con Benavente; más tarde, en 1935, con 14 años, como dependiente en la tienda que otro singular, excelente y eficaz cofrade nazareno como fue Álvaro Pareja Rivas «Alvarito» tenía en la calle Patomá, actualmente Aníbal González.
Tras el mostrador de Alvarito sumó catorce años de su vida, aquellos en los que se pasa de niño a hombre con aprendizajes y descubrimientos. De 1942 a 1945, mientras Europa se desangraba en una terrible Guerra Mundial, Curro Vicario hizo el servicio militar obligatorio en Tarifa (Cádiz). Y, una vez regresado a Dos Hermanas, el 26 de marzo de 1947 contrajo matrimonio con Encarnación García Salguero «Encarna la Moñina» en la Capilla de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso y San Juan Evangelista de la Iglesia Parroquial de Santa María Magdalena, fruto de cuyo matrimonio nacieron sus tres hijos, José, Francisco y Ana María —Pepe, Curro y Ana Mari—, aquellos que han sido depositarios, admiradores y seguidores de su pasión y devoción por la Semana Santa, su entorno y sus tareas, como lo serían más tarde sus nietos y nietas.(Foto de Alfonso Vidán Díaz)
Miércoles Santo: Paso de Cristo de la Hermandad de la Oración en el Huerto
(Foto de Alfonso Vidán Díaz)
En 1949, nuestro personaje montó su propio negocio: una mercería. Primero, en la misma casa donde Encarna, su esposa, residió de soltera, en el número 90 de la calle Conde de Ibarra, actualmente Real Utrera. Luego, más tarde, la asesoría-almacén de una tienda de ultramarinos de esa misma calle, esquina a San Antonio número 2, la cual fue durante muchos años la vivienda y la tienda de Currito... La conocida como Esquina de Currito, que siguió siendo así incluso tras su fallecimiento, que se produjo desgraciadamente, después de una larga enfermedad, en el Hospital del Tomillar de Dos Hermanas el día 10 de mayo de 2001. Sus restos descansan en el Cementerio de San Pedro de Dos Hermanas.(Foto de Alfonso Vidán Díaz)
Viernes Santo Madrugada: Paso de Palio de la Hermandad del Gran-Poder
(Foto de Alfonso Vidán Díaz)
Esta es una pequeña síntesis biográfica personal y profesional de Curro Vicario, pero ¿quién fue y que significa Curro Vicario en la Semana Santa nazarena?
Él nació y vivió el mundo cofrade y su aprendizaje como capataz en el núcleo familiar, pues su padre, José Díaz González «Rueda», sacó y paseó pasos por Dos Hermanas. En ese entorno, conoció a «Joselillo Cagalauva», captador de jóvenes —y no tan jóvenes— para trabajar en las trabajaderas de los pasos. Así, bajo la responsabilidad de uno u otro capataz, introducido en el mundillo, tras la retirada de su padre y espoleado por esos atributos de todo buen capataz, como afición, vocación, valentía y aprendizaje, un Jueves Santo del año 1939, en la Capilla de San Sebastián, al que fuera capataz de la Hermandad de Veracruz, José Álvarez Alcoba «El Melón», le dijo:
«Oye, José. ¿Por qué no me dejas sacar el paso de Cristo?», a lo que «El Melón» le respondió: «¿Sacarlo? Espérate, yo lo voy a sacar y cuando lo tenga en la calle le digo a Manolo —Manolo Tinoco, su ayudante— que se retire». Curro, fiel a su propósito y obstinación, le dijo: «NO, SACARLO».
El Melón, viendo el deseo, el convencimiento, la fortaleza y la seguridad de Curro, levantó el faldón y les dijo a los costaleros: «¡Muchachos! Tened cuidado que esta tarde va a sacar el paso el chiquillo de Rueda».
A Dios gracias, la cosa salió bien —decía Curro— y a partir de este momento Dos Hermanas, su Semana Santa, sus cofrades, la gente del costal, los nazarenos y las nazarenas empezaron a oír, sentir y admirar la voz potente, rota y clara de Curro, así como a sufrir y sentir placer al ver cualquiera de las salidas y entradas de pasos de Cristo y palio que Curro, junto a sus costaleros, contraguías y sentido de las dimensiones, realizaba, pues decía: «A la gente hay que ponerla de puntillas a la puerta de una iglesia. Si la salida es fácil, hay que hacerla difícil y, si es difícil, hay que hacerla fácil». Un principio y una convicción que practicaba en cada salida y entrada de una iglesia o capilla nazarena, y en cada calle estrecha o suelo singular.
Tras esa maravillosa y excelente primera experiencia, en 1940 formó su primera cuadrilla de costaleros —decía que «ser capataz no es sólo conducir un paso; un capataz es el que forma a su cuadrilla— y sacó «su» Cristo de la Oración en el Huerto.(Foto de Alfonso Vidán Díaz)
Miércoles Santo: Paso de Cristo de la Hermandad de la Oración en el Huerto.
Curro Vicario, ya retirado (Foto de Alfónso Vidán Díaz)
Desde este momento y hasta 1970 disfrutó como pocos de treinta años continuados en los que, sin duda, engrandeció la Semana Santa de Dos Hermanas, sacando y paseando las imágenes de las hermandades del Cautivo, Oración en el Huerto, Vera-Cruz, Gran Poder, Amargura y Santo Entierro, sin olvidar el Corpus Christi, Virgen del Rosario, la Divina Pastora, Nuestra Señora de la Asunción a los Cielos, La Milagrosa o Santa Ana.
Tres décadas en las que su pasión, como les sucede a todos los cofrades, no se circunscribe a la «Semana Grande». En absoluto. Desde que los Reyes Magos pasaban, Curro «inauguraba» sus tertulias cofrades en la tienda de «su» esquina y, una vez echado el cerrojo del negocio, retomaba las conversaciones sobre contratos con representantes de hermandades como Carlos Chía, Alvaro Cueli, Julio «El Peti», Alvaro Pareja «Alvarito», Enrique Gómez «Enrique», Manolo Mejías, Juan Reina, Fernando León, Antonio León, Francisco Rodríguez «Pachico», Joselito «El de la Estacá», Juan Gómez
«El Lagunero», Curro Salguero, Manolo García, Armando Cotán José Caro «Arias», Gandullo, Manuel María Contreras o Fernando Sutil, entre otros.
Y cómo no, los domingos hasta que llegaba el de Ramos, nuevo foro tertuliano en el bar Jaula, esta vez con sus costaleros y fieles colaboradores y contraguías, caso de Hipólito, Iglesias, Currito, Rafael Ruiz, Joaquín Melón, José «El Viejo» o su hermano Antonio.
Allí, se empapaba de las necesidades de «mis gentes», —como decía— para que desde el Domingo de Ramos al Sábado Santo no hubiera ningún tipo de
problema. Más que los propios de una cuadrilla, que «tenía que meterse todos los días debajo de las trabajaderas, después de su jornada laboral». En definitiva, un espacio que Curro buscaba y provocaba para hacer más liviano el trabajo duro y cansado que, a veces, tenía que ser completado, «como quitarse la chaqueta, la corbata y meterse debajo del palo en la trasera porque aquello —decía— venía dando mucha leña».
Algunas veces, «el maestro» acudía a un foro más singular, más específico y que yo llamaría «el del conocimiento y la experiencia», en la capital hispalense. Así, en la calle Sol y del bar El Colmo en la Puerta Osario o en Dos Hermanas —en la tienda de Currito— se reunía con ilustres capataces como Salvador Dorado Vázquez «El Penitente», Vicente Pérez Caro «Vicente», Manuel Bejarano Rubio «Manolo Bejarano», Rafael Ariza Sánchez «Rafael Ariza», Rafael Franco Rojas «Rafael Franco», Alfonso Borrero Pavón «Alfonso Borrero», Manuel López Díaz «El Moreno», Manuel Rechi Márquez «Manolo Rechi», Domingo Rojas Puerta «Domingo Rojas», Manuel Adame Torres «Manolo Adame», Máximo Castaño Lagares «Máximo», o el alcalareño «Clemente» entre otros, para hablar del listado de costaleros, contratos, igualás, mudás, las salidas y las entradas, el paso, las chicotás, las marchas, las mecías, las levantás... En definitiva, de «su Semana Santa», la de todos los nombrados y otros que protagonizaron el apogeo de la Semana Santa sevillana y nazarena en las décadas de los 60 y 70 debido a la estética, belleza y espectacularidad que estos ofrecían con su buen saber y estar delante de un paso, posibilitando también la transición del costalero profesional al hermano costalero.
Dicha transición, comenzada en los años setenta, trajo para Curro la tarea adicional de formar y enseñar a costaleros y capataces de diferentes hermandades —comenzando en 1976 con la Hermandad de la Oración en el Huerto—, lo que le llevó a consagrar muchas noches a ensayos y pruebas y, en cierto modo, a vivir y sentir «otra» Semana Santa, la que se vive alrededor de los «costeros», con su terno negro y su voz siempre motivadora y didáctica. A veces, sus fieles aprendices capataces, cuando le veían en la calle, le ofrecían alguna que otra «llamá» y «chicotá». Recuerdo una vez que, en la calle Real Utrera, Pepe Quinta, para el Cristo de la Veracruz, le invitó a llamar y a dar una chicotá. Así se lo hizo saber a los hermanos costaleros y así se
realizó: «A la ¡esta es! de Curro, todos los costaleros: ¡por ti maestro!».
Amigos míos y otros se acercaban y me decían:
«Vengo para acá porque sé que el viejo va a llamar y no me quiero perder esa voz inconfundible que impone silencio, dolor, satisfacción, angustia, amor y alegría delante de un paso en la calle». Al igual que cuando solicitaba silencio en la capilla-iglesia ante la entrada de los pasos de Cristo o de palio, donde su voz retumbaba en la nave y se oía desde la calle.
Curro Vicario, ya retirado (Foto de Alfónso Vidán Díaz)
CORONACIÓN DE VALME, 23 DE JUNIO DE 1973
De pie, de izqda. a derecha: Joaquín "Melón", Manuel López Díaz "El Moreno", Curro Vicario, Domingo Rojas, Francisco Medina "El Quiqui" y Manuel Hierro. Agachado, delante de ellos Francisco Cardona Zamora "Currito Pipiola"
(Archivo de la Hermandad de Valme)
Como decía, Curro se retiró en 1970, pero aún le quedaría un momento imposible de olvidar cuando, en reconocimiento a su trayectoria, la Pontificia, Real e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Valme Coronada y San Fernando le invitó a que el sábado 23 de junio de 1973 tocara de nuevo el martillo para sacar, coronar y pasear a la Virgen de Valme con costaleros de la cuadrilla del capataz Manuel López Díaz «El Moreno», aunque con contrato firmado por Curro Vicario, como capataz, y el hermano mayor Manuel Moreno Pérez.
Pero todo termina. Todo. Aunque a algunos, sólo a algunos, nos queda el hermoso recuerdo de su voz; de sus virtudes para tratar, cuidar y tener una cuadrilla; de sus dotes para sacar y pasear pasos de Cristo y palio; de su humildad para hacer la señal de la cruz y persignarse antes de tocar, cada tarde, el martillo; de su agradecimiento en forma de llantos cuando sacaba, junto con sus hombres, un paso; y de su extrema dedicación, responsabilidad y compromiso con todas las hermandades con las que, desde su parcela, vivió, sufrió y sintió su salida procesional.
A grandes rasgos, este fue Francisco Díaz Vicario «Curro Vicario», un personaje que marcó una época en la Dos Hermanas de su tiempo, con una trascendencia mucho más allá de la del excelente capataz que fue. Admirado por los cofrades, los aficionados e incluso por muchos de sus brillantes compañeros en aquellos años, hoy resulta un desconocido para las nuevas generaciones.De pie, de izqda. a derecha: Joaquín "Melón", Manuel López Díaz "El Moreno", Curro Vicario, Domingo Rojas, Francisco Medina "El Quiqui" y Manuel Hierro. Agachado, delante de ellos Francisco Cardona Zamora "Currito Pipiola"
(Archivo de la Hermandad de Valme)
CORONACIÓN DE VALME. IMPOSICIÓN DE LA MEDALLA, 23 DE JUNIO DE 1973
Manolo Moreno -Hermano mayor de Valme- entrega la medalla a Curro Vicario, capataz del paso de la Coronación. De izda. a drecha.: Francisco López "Quito", José Rodríguez Vázquez "Pepili", José María Varela García de la Vega, Juan Gómez Justiniano, Paco Muriel,
Eduardo Moreno y Francisco Cardona Zamora "Currito Pipiola".
(Archivo de la Hermandad de Valme)
Por ello, ¿para cuándo el nomenclátor urbano de Dos Hermanas, el callejero, va a incorporar una calle, pasaje, plaza o glorieta denominada CAPATAZ CURRO VICARIO? ¿Para cuándo este justo reconocimiento a aquel que dio tanto por su tierra, para que, junto a otros personajes, se integre oficialmente en la historia de la Ciudad de Dos Hermanas?.Manolo Moreno -Hermano mayor de Valme- entrega la medalla a Curro Vicario, capataz del paso de la Coronación. De izda. a drecha.: Francisco López "Quito", José Rodríguez Vázquez "Pepili", José María Varela García de la Vega, Juan Gómez Justiniano, Paco Muriel,
Eduardo Moreno y Francisco Cardona Zamora "Currito Pipiola".
(Archivo de la Hermandad de Valme)
Fuente: Dos Hermanas. Revista Cultural 2016. CURRO VICARIO: MAESTRO DE CAPATACES. Pepe Díaz.
No hay comentarios :
Publicar un comentario